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Nueva York, la ciudad de los sin techo

Nueva York, la ciudad de los sin techo

Hace dos años, el abanderado del nuevo progresismo de la izquierda estadounidense se alzó con la vara de mando gracias a la promesa de acabar con el agujero existente entre las dos ciudades, la de los ricos y la de los pobres.

El abismo ha ido a más, según el mensaje que se evidencia en las calles. La metrópoli, en especial Manhattan y el cogollo de moda en Brooklyn, atrae cada vez más a los millonarios de todo el planeta.

La expresión de la máxima miseria es una constante en las urbes estadounidenses, en especial desde el impacto de la gran recesión del 2008. Pero de entre todas, Nueva York se ha convertido en el estandarte de lo que se denomina el cuarto mundo.

La noche de este pasado sábado, a partir de los datos de la organización Coalition for the Homeless, un total de 59.568 personas durmieron en los albergues de que dispone la Gran Manzana.

“La crisis de los sin techo que el alcalde De Blasio heredó, forjada durante largo tiempo, se ha visto exacerbada al ponerse el precio de la vivienda por las nubes y por el estancamiento de los salarios para las familias de bajos ingresos”, afirmó ayer Mary Brosnahan, responsable del citado colectivo, en el Daily News.

Esa cifra constituye una de las más altas registradas en los últimos meses. Y luego están los que duermen en la calle, también otro número de récord: 3.200. Así se recoge en un documento del equipo municipal que salió a la luz hace una semana. “Saber con exactitud los que realmente pernoctan en las calles resulta más que complicado”, señala Lynn Lewis, directora de Picture the Homeless, institución fundada por los propios sintecho con el lema “Por la dignidad y el respeto”. “A cuantiosos desamparados no se les incluye –matiza Lewis– porque no lo parecen, porque trabajan y luego duermen en la calle, aunque luchan por no ser asociados con los desamparados al sentirse avergonzados”.

sin techos2Quien no tiene pudor alguno en reconocer su condición es Jesús Morales, puertorriqueño de 42 años, con 20 de residencia neoyorquina, de los que 16 se los ha pasado durmiendo en las aceras, castigado por el alcoholismo.

“El refugio no ayuda, te roban lo poquito que tienes y no hacen nada cuando denuncias las agresiones”, comenta. “Además, temprano, a la cinco de la mañana, te echan a patadas”, insiste.

Sus alusiones al peligro dentro de las casas de acogida o al mal trato policial que reciben no son una alucinación de este hombre al que su abuela convenció para venir a Estados Unidos en busca de un futuro mejor.

En un informe de Scott Stringer, controler de la ciudad, se sostiene que las familias sufren en esos establecimientos “una espantosa falta de supervisión”, en un ambiente de “crecientes violaciones sanitarias y de seguridad”. Remarca los pocos esfuerzos por mantenerlas unidas en un hogar.

Morales, que acostumbra a pasar la noche en un campamento de la calle 125, al oeste de Manhattan, o en los alrededores de la Penn Station de la 34, podría ser uno de los que The New York Post ha criminalizado en sus portadas desde el verano, al más puro estilo de señalarlos como una epidemia sin ningún tipo de humanidad. Sólo afean. De Blasio, de entrada, prefirió mirar hacia otro lado amparándose en la demostrada animadversión ideológica hacía él del tabloide propiedad del magnate Rupert Murdoch.

La cuestión se ha hecho insostenible en lo social y en lo político. Los índices de aprobación del alcalde han caído como nunca desde que tomó posesión el 1 de enero del 2014. En concreto, el 62% de los ciudadanos considera que el alcalde hace una mala gestión en esta materia.

“Al final, urgencia con los sin techo”, tituló recientemente un editorial The New York Times, medio poco sospechoso de conservadurismo, al referirse a la estrategia de revisión que ha anunciado el responsable municipal.

“Bajo el fuego durante meses por un problema que él –sostiene ese artículo– había prometido resolver, pero que más bien se inclinó por descartar o minimizar o culpar a otros, De Blasio ha dado un paso adelante con una nueva reorganización y un plan”.

Una de las decisiones del alcalde ha supuesto el cese del comisionado del departamento del servicio de homeless, Gilbert Taylor. De no pasar nada, a cortar la cabeza del responsable del área, que se suma a la de su supervisora en el Ayuntamiento, Lillian Barrios-Paoli, a la que se relevó el pasado septiembre.

“Es el momento de hacer un alto y revisar las estructuras de una organización surgida hace veinte años”, subrayó De Blasio el otro día en una conferencia de prensa.

En ese encuentro con los periodistas, el alcalde reconoció públicamente su descontento con los esfuerzos que su administración había realizado en este tema.

“Después de haber intentado numerosos cambios y reformas, tenemos la sensación de que no hemos logrado gran cosa ni en la apariencia ni en la racionalización que necesitábamos”, comentó.

Su planteamiento, más agresivo que hasta el momento, se desarrolla desde una estrategia de vigilancia y patrullas para intentar sacar a los sintecho de la calle a partir de conocer su situación. “Vamos a afrontar una situación que ha sido intratable”, perseveró. “Puedo garantizar al 100% que nunca regresaremos a aquellos malos tiempos”, remató.

Esta aproximación, que algunos defensores de los derechos civiles han visto como una criminalización de los homeless, se complementa con la iniciativa de incorporar 15.000 viviendas para fines sociales en los próximos años. En Coalition for the Homeless aplauden la media, pero reclaman que el objetivo debería ser llegar a 30.000.

“El problema es que el mercado carece de regulación y está en manos del mercado”, critica Lynn Lewis, más bien escéptica con ese anuncio y muy crítica con el plan de control de los sintecho. “El fondo de todo esto es que el gobernador (Andrew Cuomo) o De Blasio prefieren meter mil millones de dólares anuales en albergues en lugar de invertirlos en hogares sociales”, reitera.

Han pasado diez años desde que Floyd Parks, de 61 años y nacido en Nueva Jersey, se quedó en la calle con lo puesto. Trabajaba para una empresa como conductor de vehículos sanitarios –trasladaba a diálisis a enfermos de riñón– que se fue a la bancarrota. Coincidió con la ruptura de su matrimonio, “algo muy traumático”, confiesa.

Lleva una temporada en uno de esos refugios llamados “cielo seguro”, donde ha encontrado algo de paz. “En los albergues normales, con habitaciones de más de 25 personas, no podía cerrar los ojos. Te lo quitaban todo”, asegura.

Parks tiene muy claro cuál debería ser el objetivo: una vivienda permanente. “Me gustaría disponer de mi propia llave”. Su colega Jesús Morales se encomienda a Dios: “No creo en el alcalde”.

(Fuente: La Vanguardia)

Guardado en Mundo 28 diciembre, 2015 – 7:46 pm

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