Cuatro meses con subas de precios bajo el 2% parecen una buena noticia, pero detrás se esconde un consumo golpeado y un freno productivo.

La foto de agosto muestra dos caras de la Argentina: la inflación sorprende con apenas 1,9%, pero al mismo tiempo la economía no logra arrancar. Para el Gobierno, es una paradoja: consigue estabilidad de precios, pero a costa de una recesión que se siente en la calle.
Según Econviews, entre julio y agosto el dólar oficial subió más de 12% acumulado, pero el traslado a precios fue mínimo. ¿El motivo? Los comercios no remarcan por miedo a perder ventas: el consumo minorista cayó 2,2% y los salarios formales perdieron casi 12% de poder adquisitivo en el último año.
Invecq suma que la economía está estancada desde diciembre de 2024. El EMAE cayó 0,7% en junio, la industria 2,3% en julio y la construcción 1,8%. El golpe es más fuerte en la Provincia de Buenos Aires, donde el producto cayó 2,2% en 2024, mucho más que el promedio nacional (-1,3%).
La inflación núcleo, que refleja los precios más persistentes, aceleró al 2% en agosto, mientras los regulados subieron 2,7% con aumentos en transporte, combustibles y prepagas. Es decir: la recesión frena el pass-through, pero las tarifas y la inercia siguen vivas.
El dilema es claro: bajar la inflación con freno de mano puesto. Una estrategia que puede rendir en el corto plazo, pero que deja un costo alto en empleo, consumo y actividad.